Mi novio y yo somos... En fin, cómo decirlo... Pues algo así como un poquito viscerales cuando discutimos. Claro, él tiene un genio de narices, pero es que, según sus propias palabras, yo tampoco soy demasiado manso, que digamos. Hay amigas que nos dicen que a lo mejor eso de las peleas apasionadas es más normal en las parejas homosexuales y por eso nos ocurre, pero a mí me parece una opinión absurda: es cuestión de carácter, no de orientación sexual. De todas formas, sea por lo que sea, el caso es que nuestras discusiones son de órdago y en las más fuertes lo normal es que le digamos adiós para siempre a algún objeto de la casa.
Sin embargo, y pese a que estoy acostumbrado a que rompamos jarrones, figuras, algún móvil e incluso ropa, no estaba preparado psicológicamente hablando para lo que rompimos ayer: las puertas del armario. No quiero entrar en detalles, pero digamos que algún que otro zapato voló hacia ellas y, en fin... El mueble ya estaba un poco viejo, ¿eh?, no se crean... Quiero decir que... Bueno... No se hubiera roto si hubiese estado en mejor estado, eso seguro. Somos brutos, pero tampoco hasta ese nivel.
El caso es que, si bien nuestras peleas son intensas, por suerte no duran demasiado y nos reconciliamos enseguida. Y esta mañana, tras la escenita romántica en cuestión, tomamos la decisión de comprar un armario a medida mucho más resistente que el que teníamos y, desde luego, mucho más bonito. Por suerte, hay muchas armarios en Madrid hay muchos y tiendas no faltan, así que echaremos un vistazo por la red a ver si encontramos una que nos satisfaga a los dos. Tengo claro que cualquier mueble que compremos puede sufrir desperfectos por culpa de nuestra furia, así que lo mínimo es conseguirlos de calidad y a prueba de mal genio. |